La luz de la tarde era suave y cálida.
Dulcinea se despertó de su siesta, y como los niños aún dormían, decidió hojear una revista en la sala de estar… En ese momento, se escuchó un golpeteo en la puerta y la voz de la sirvienta:
—Señora, Catalina ha traído a alguien que quiere verla.
Dulcinea apretó ligeramente los dedos.
Luego, dejó la revista a un lado y respondió en voz alta:
—Dile que la veré en la sala de estar pequeña.
…
En la pequeña sala de estar, un hombre con aspecto de chofer estaba visiblemente nervioso.
Era un enviado de Sylvia.
Catalina le había dicho que hoy conocería a la esposa de señor Fernández y que si seguía sus instrucciones, recibiría una gran suma de dinero. Sus hijos estudiaban en el extranjero y necesitaba ese dinero urgentemente.
Unos diez minutos después, Dulcinea entró.
Apenas llegó, la sirvienta le ofreció un tazón de suplementos de alta calidad con una sonrisa:
—Señora, lo he cocido dos minutos más para que esté más suave, bébalo mientras está caliente.