Luis, sin embargo, regresaba a casa todas las noches.
Solo que ya no la forzaba a tener intimidad, a veces incluso dormía en el estudio.
Pensaba que, con el tiempo, Dulcinea cedería, tenían un hijo en común.
Trataba a Leonardo con mucho cariño, lo consentía.
Quince días después, la salud de Dulcinea empeoró, algunas mañanas escupía grandes cantidades de sangre.
No buscó tratamiento.
Había renunciado a su vida…
Por la tarde, sentada en el jardín, dejaba que la brisa la acariciara, su figura delgada tenía una frágil belleza en el crepúsculo…
Clara se acercó y le puso una manta, diciendo en voz baja:
—Esa tal Sylvia volvió. Insiste en ver a la señora, pero la mandé lejos.
Dulcinea parecía perdida en sus pensamientos.
Sylvia había vuelto, era la tercera vez.
Tosió violentamente y llamó a Clara:
—Déjala pasar.
Clara no estuvo de acuerdo, visiblemente molesta:
—No deberíamos dejar entrar a esa descarada… Señora, debería ir al hospital, esa tos es demasiado persistente.
Dulcinea hizo un gesto