Para este encuentro, María había preparado tantas cosas, incluyendo ropa y juguetes para la pequeña Emma, así como suplementos para Ana... Además, María tenía tantas cosas que quería decirle a Ana, pero cuando la vio, no pudo evitar romper a llorar.
¡Ana se veía extremadamente demacrada! Había adelgazado muchísimo, con el rostro afilado y lleno de una palidez enfermiza... No se parecía en nada a una mujer que acaba de dar a luz. María había visto a otras mujeres recién paridas, usualmente más llenitas.
El corazón de María se partía de dolor al verla así. Tocando suavemente el cuerpo de Ana, le preguntó con voz temblorosa: —¿Él te ha estado tratando mal? ¿Cómo has adelgazado tanto? ¿Has ido al médico?
Ana, raramente teniendo la oportunidad de ver a María, también tenía los ojos llenos de lágrimas. Mintió, diciendo: —Solo he perdido el apetito, ¡no tienes por qué preocuparte por mí!
¿Cómo podría María creer lo que Ana decía?
Ana sabía que María tenía recursos limitados y no quería que e