Katrina se levanta temprano y lucha contra la debilidad de su cuerpo porque necesita estarse lejos de esa cama o se volverá loca.
Con pasos torpes, ella se dirige a la cocina y le prepara su desayuno favorito al alfa. De alguna manera, hacer lo que tanto ama la llena de vitalidad y por el momento que lleva allí se olvida de su malestar e infortunio.
—¡Mi loba! —exclama Leoncio cuando la vislumbra desde el umbral—. Me asusté tanto cuando no te vi en la cama. —Él se le acerca ansioso y la abraza como si temiera perderla.
Después de la conversación que tuvieron, él ha estado ansioso e inseguro porque tiene miedo de que ella regrese a Luna creciente.
—Estoy bien, de verdad —contesta a la defensiva y anticipando el regaño.
—¿No estás mareada? —Ella niega con la cabeza, aunque miente—. ¿Qué preparas? Voy a ayudarte.
Él se pone un delantal y le colabora en la cocina. Cuando terminan, ambos desayunan en el jardín y conversan a gusto.
—No quiero estar en la mansión, Leoncio; necesito pasar un