Un par de meses después, Ezra pidió una audiencia con el alfa. Se presentó puntual, con la espalda recta y la mirada firme. Ya no era el muchacho que evitaba los ojos ajenos ni el aprendiz que dudaba de cada paso. Ahora hablaba con seguridad, sin tartamudeos ni vacilaciones.
—Vengo a pedir su permiso —dijo y se forzó a no agachar el rostro cuando sintió los ojos verdes del alfa—. Quiero unir mi vida con Noahlím, con su hija.
Noah lo miró con expresión impenetrable. Cruzó los brazos y dejó que el silencio incomodara durante unos segundos. Al final, soltó un suspiro y asintió.
—Si algún día la lastimas, de la forma que sea —dijo con voz baja y clara—, te mataré. No es una amenaza. Es un hecho.
Ezra inclinó la cabeza.
—Lo sé, alfa. Y no le daré razones para hacerlo.
En su pecho sintió tantas cosas juntas: miedo, entusiasmo…
(…)
El gran día llegó con cielo despejado y aroma de flores frescas. Todo el territorio del Este celebraba, adornado con listones blancos y ramas perfumadas. N