Leah, con la lengua trabada y un escalofrío que le recorría la espalda, le contó absolutamente todo a Noah.
De nuevo, sus vidas dependían de la existencia de un cachorro. Uno que quizá costaría más engendrar que el propio.
Al apoyarse con la espalda en la pared y la cadera sobre la cama, recordó cada detalle frente a la Reina: desde su hermoso vestido rosa, ajustado a la cintura con adornos de piedras preciosas en el cuello, hasta las muecas que oscilaban entre la súplica y la ansiedad.
Una parte de Leah empatizaba con la híbrida. Ella también lloró noches enteras por no poder darle un hijo a Lucian. Una punzada en el pecho le devolvió el pesar por su pequeño. Ahora tenía a Noahlím, pero alguna vez ese otro ser también existió dentro de ella.
Sin importar cuán asqueroso fuera Lucian, su cachorro no tuvo culpa.
Jamás le puso un nombre. Y justo en ese instante comprendió la gravedad de esa omisión.
—Nael —susurró mientras pasaba con dulzura la mano sobre su abultado vientre.
—¿Es el n