Leah palideció. De pronto, su boca se secó y sus manos temblaron alrededor del pequeño y cálido cuerpo de su hija.
—N-no, por favor —comenzó su súplica.
La Reina se aclaró la garganta, apretó los labios y, unos segundos después, abrió la boca.
—No hablaba en serio —dijo con voz débil.
Leah volvió sus ojos a ella, inspeccionó su rostro y solo encontró vergüenza.
—¿Qué? —dijo en un hilo de voz.
—Era una broma —prosiguió la Reina. Ahora era ella quien no sostenía la mirada de la vidente.
—¿De verdad? —preguntó Leah, incrédula, con cada parte de su cuerpo en alerta—. ¿De verdad fue una broma?
—Sí —le aseguró la Reina, y al fin sostuvo el contacto visual—. Nada de lo que dije fue en serio.
La vidente percibió el temblor en su voz. Algo dentro de sí le decía que una parte de lo dicho era verdad y otra, mentira. Pero ella era la Reina. ¿Qué otra cosa podía hacer, aparte de asentir con los nervios de punta?
—Sí —sus ojos color café claro se fijaron en la sonrisa de su bebé.
—Tomen asie