Leah no respondió de inmediato. Observó a Freya con una calma forzada, una que le temblaba en las manos. Liani se mantenía encogida, con la cabeza gacha, los dedos apretados contra la tela de su falda.
—Dámelo —ordenó Freya, con una sonrisa lenta—. Antes de que decida hacer algo peor.
Liani alzó la vista hacia Leah. Sus ojos brillaban de miedo.
—Mi señora… —susurró.
Freya dio un paso al frente.
—¿No escuchaste? —su voz se volvió más baja—. Puedo hacer que te arrastren por el patio. Puedo pedir que te quiten la ración de comida. Puedo decir que robaste. Puedo decir que intentaste envenenarla.
Leah cerró los ojos un instante. El pulso le golpeó en las sienes.
—Enséñale lo que traes —dijo al fin, con voz queda—. Por favor.
Liani obedeció. Sacó la bolsita con manos torpes. La sostuvo un segundo más, como si quisiera aferrarse a ella, y luego la extendió.
Freya se la arrebató sin cuidado. La acercó a su rostro y aspiró con lentitud. Sus pupilas se dilataron apenas. La sonrisa se transformó