120 ¡No te tengo miedo!

Leah cerró los ojos con fuerza, y en la oscuridad de su mente no buscó luz, sino toda la ponzoña que su alma acumuló durante una vida de sumisión y dolor. Su poder, se dio cuenta con un escalofrío, no nacía de la esperanza, sino de las cicatrices más profundas de su ser.

Por años, se creyó débil. Ahora entendía que lo suyo no era debilidad, era hambre contenida. Y el hambre ruge antes de devorar.

Con una claridad que le cortó la respiración, revivió su primera noche con Lucian. No fue un acto de unión, sino una violación ritualística. El peso de su cuerpo, un yugo de hueso y músculo. El dolor desgarrador, seco y brutal, que la partió en dos. Y luego, el vacío. La espalda de Lucian giró hacia ella, su silueta recortada contra la luz de la luna mientras se vestía sin una palabra, sin una mirada. Ella, solo un objeto usado y descartado en la penumbra de las sábanas manchadas.

De ese recuerdo amargo, su mente saltó a la voz de su madre—abuela, fría y afilada como el filo de un cuchillo. «
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