Ezra se encontraba con quemaduras severas en diferentes partes de su cuerpo. La parte de arriba de su traje blanco estaba casi destrozada. De rodillas en el suelo lloraba la pérdida de su compañera y su hijo.
—¡Esto es mi culpa! —exclamó—. Yo ocasioné esto.
Un retumbo hizo que los lobos guerreros huyeran fuera de ahí.
En la manada nunca había ocurrido ese tipo de cosas. Era como entrar a un universo alterno.
Primero secuestraron a la compañera fiel de Lucian. Tras recuperarla, se llevaron a su concubina. Todo con la clara intención de arrebatarle de nuevo a su loba sumisa. Y ahora, como si fuera poco, un demente jugaba con explosiones en su territorio.
Uno de los guerreros le preguntó a otro si esas explosiones eran iguales a las de aquel día que secuestraron a la concubina oficial del alfa.
—No… la “pólvora” huele muy diferente. Esto parece hecho con magia.
El fuego se extendió. Más lobos tuvieron que intervenir, pero las llamas, en lugar de apagarse, se intensificaban.