—Hay un área, casi en la esquina del territorio. Ahí se administra la comida para los más débiles —la voz de Ezra se quebró un poco—. Hay un horno de piedra viejo. Puedo lograr una explosión.

Noah analizó sus palabras. Su cerebro le arrojaba una posible escena de la explosión. Nada. La manada de Lucian contaba con muchos, demasiados lobos guerreros. Sin contar los cachorros, las hembras y los demás lobos encargados de otros oficios y labores.

—Necesitaremos algo de verdad escandaloso para lograr distraer a todos —O también pensó en cómo atraer a la mayor cantidad de guerreros hacia ese lugar. Si no hubiera nadie cerca, el incidente pasaría desapercibido.

Tendría que atraer lobos valiosos para que, de verdad, fuera algo que llamara la atención.

Ezra asintió con la cabeza en repetidas ocasiones.

—¿Qué hago, señor? Lo que sea, y lo haré —le dijo con desesperación.

—Primero, sáname —Noah extendió su mano para que Ezra la tomara.

El lobo miró la mano del guerrero un largo rato. Al fina