Leah se derretía en los labios del alfa Noah.
Lo notaba ansioso, desesperado. Se separó de ella solo para quitarse la rugosa camisa de lino.
Leah contempló su pecho desnudo, que parecía esculpido en mármol; cada músculo estaba definido con una precisión impecable.
Ella tragó saliva.
Antes de procesar esa imagen, el alfa Noah comenzó a quitarse su cinturón de cuero.
Lo miró con ojos desorbitados, sin creerlo.
De pronto, Noah se detuvo y la vio con un brillo animal en sus ojos… uno que prometía marcarla como suya.
Leah se removió en su lugar. Ansiosa, con miedo. Le temía al dolor de sus caderas. Al ardor. Al recuerdo de todas las veces que la obligaron a hacerlo.
Él se acercó a ella. Se puso de rodillas y comenzó a besarle el vientre por encima de la tela.
—A-Alfa, no —ese “no estoy lista” quedó atrapado en su garganta.
El alfa Noah le había subido el vestido, y sus labios besaban su vientre bajo. Deprisa, ansioso, decidido.
Ella se quiso hacer para atrás. Pero él atrapó sus caderas con