Leah se acercó a Freya sin decir palabra. La rabia le hervía por dentro. En un segundo, su puño impactó con fuerza en la boca de su "hermana", quien tambaleó al recibir el impacto.
—¡Maldita! —escupió Freya, y retrocedió.
Pero Leah no se detuvo. Le tiró del cabello con furia, la empujó contra la pared y le asestó otro golpe directo en la mejilla.
El forcejeo no duró más de veinte segundos.
Los guardias irrumpieron y, aunque con evidente incomodidad, la separaron de Freya con cuidado, sin violencia. No querían provocar aún más caos.
Freya cayó de rodillas y sollozó con dramatismo.
—¡Va a matarme! ¡Está loca! ¡Es una salvaje! —gritó, con sangre en los labios y los ojos desorbitados—. ¡Me duele! ¡Mi vientre... el bebé! ¡Leah lastimó a mi cachorro! ¡Es una asesina!
Los guardias no dijeron una sola palabra. Uno de ellos la cargó con eficiencia. Sabían a la perfección el protocolo. La llevaron directamente con los sanadores.
Leah se quedó sola; su respiración salía violenta, su garganta la