Noah se lanzó sobre Conder con un puñetazo certero que lo hizo tambalear.
Rutt intervino enseguida, lo agarró por la espalda y lo apartó como pudo.
—¡Ya basta! —gruñó—. El alfa ha perdido la cabeza. Conder es un buen lobo. ¡Nos ha ayudado! Es honorable...
—¿Honorable? —Noah lo interrumpió con una carcajada seca—. ¿Qué honor puede haber en mentirle al alfa? ¿Qué clase de lobo traiciona así la confianza? ¿Qué clase de lobo convence a todos de mentirle a su alfa?
Rutt apretó los dientes. Su rostro todavía no cicatrizaba las recientes heridas.
Su pecho subía y bajaba con rabia contenida. Y entonces, sin pensar, lo dijo:
—Tal vez el problema no sea Conder… tal vez usted ya no tenga lo suficiente para ser el alfa —tomó una gran bocanada de aire—. Ha puesto a todos en peligro por culpa de una loba ajena… de una extraña.
El silencio que siguió fue absoluto.
Los ojos de Noah lo perforaron. Una sonrisa ladeada, burlona, apareció en sus labios.
—¿Que no tengo lo suficiente para ser el alfa? —rep