Noah lanzó un rugido bajo. Con una simple mirada, hizo retroceder a las lobas.
—Vayan a sus cuartos —ordenó con voz grave—. Y si no lo hacen, recibirán su castigo. Yo soy su alfa.
El peso de sus palabras bastó. Ninguna osó replicar.
Michelle agachó el rostro, avergonzada. El odio por esa intrusa burbujeaba en su pecho. Y las otras lobas se fueron sin voltear a ver a su alfa.
Después, se volvió hacia Leah y le preguntó si se encontraba bien.
Leah asintió.
—Sí, solo fue una caída —mintió.
—Entonces, duerme —le dijo sin mirarla—. Yo haré guardia afuera.
La vidente miró la espalda del alfa hasta que se perdió en la puerta rota.
…
A la mañana siguiente, un grupo pequeño de lobos guerreros se alistó para partir hacia el monte, en busca de las piedras sagradas que reforzarían el escudo. Mientras tanto, otros armaban la estrategia de vigilancia.
Noah esperó la salida de la loba, recargado en un árbol, con los ojos hinchados que delataban su falta de sueño.
Cassian le recordó la importancia de