Noah no se detuvo. Ni siquiera quiso aparentar cordialidad.
—Digan lo que tengan que decir ahora. Aquí. No tengo nada que ocultar. Ni tiempo para dramas. —Su ropa estaba manchada de sangre y restos de visera de ogros.
Aurora apretó los labios, molesta. Conder, por su parte, mostró su aflicción, su angustia. Su miedo. Su dolor.
—Lamentamos el alboroto de hace unos días… —empezó entre dientes, con tono pausado—. Tu padre era como un hermano para mí. Su muerte me destrozó el corazón. Me dejó con rabia, con heridas que no supe manejar. Y por eso… al ver… —detuvo su oración y respiró hondo— hice cosas que no debí. Dije cosas que no.
Noah mantuvo el rostro impasible, pero sus ojos no parpadeaban.
—La manada necesita la alianza —añadió Conder, con voz más firme—. Te pido que me perdones, alfa. Por el bien de todos. No… no guardes rencor en tu corazón.
Aurora dio un paso al frente, con la barbilla en alto.
—No volverá a pasar algo como lo de esos días —aseguró, con una rigidez artificia