Los ojos de Michelle destellaron odio. Coraje. Sus labios se fruncieron.
Quería levantarse y darle un puñetazo a esa estúpida.
«¡Creída de mierd*, maldita idiota!», la mente de Michelle era caótica. Rabiosa.
—Hemos pasado un momento muy crítico para empeorar todo con tu inmadurez —Aurora volvió a hablar.
El conteo de las pérdidas era algo que todavía dolía. Su cerebro no lograba procesar que, entre cada ataque, los más débiles entre los débiles eran los que sufrían. Ver cuerpos desgarrados dolía.
Siempre se reprochaba por no ser lo suficientemente fuerte.
Los reclamos de Michelle quedaron solo en su cabeza. Su postura hablaba por ella. Quería agarrar a esa loba, Aurora, de los pelos y arrastrarla por todo el campo.
Leah las miraba desde el suelo. Ahogada entre tantas emociones.
Una voz la sacó de su trance.
—¿Necesitas ayuda? —La voz era masculina, grave, amable y preocupada.
Leah alzó apenas la mirada. A través del velo de su cabello enredado, distinguió a Rutt.