El alfa atrapó la mano de Leah. Acto seguido, la olfateó con insistencia.
Ella se quedó muda.
El alfa se enderezó y la tela bajo su cuerpo quedó arrugado.
En seguida, la frágil vidente quedó atrapada entre músculo y calor. El alfa estaba encima de ella.
Leah, boca arriba con la respiración caliente de Noah en sus mejillas. Cosquillas. Confusión.
—¿Q-qué te…? —no completó la oración. El alfa ahora olía su cabello, de nuevo su rostro, hasta bajar a la sensible piel de su cuello.
Esa cercanía la dejó pasmada. Su cara ardía y su cuerpo se estremeció como si una leve corriente eléctrica la atravesara.
El alfa volvió a olfatear.
—¿Eres tú? —preguntó con un insoportable dolor de sienes—. ¿De verdad eres tú?
El rubor subía desde su cuello.
—C-claro que s-soy yo —le dijo, y sus manos delgadas y magulladas le sirvieron de escudo. El calor del alfa, ante su tacto, le quemaba. Se arrepintió de tocar esa piel expuesta, desnuda.
—Esto podría ser una ilusión mejor elaborada —se dijo, aunque su tono