Diego se sentó junto a Iker, cruzando las piernas, y lo miró con mucha ternura.
—Iker, eres un niño, los niños no deben llorar.
—Papá... —Iker soltó un repentino suspiro , con un tono de voz suave y triste.
Diego lo miró, observando las lágrimas colgando de sus pestañas y esa carita tan afligida, no pudo evitar sonreír con ternura.
—¿Me trajiste el huevo para que lo coma, verdad?
Diego sacó de la mochila los libros y juguetes que Iker había metido ahí sin querer.
—Sí, papá, porque sé que estás enfermo y necesitas algo nutritivo. Pero el huevo se aplastó... —dijo Iker, ya sin mostrar lágrimas, mirando al suelo—. Lo siento mucho, papá.
A Diego le dio una satisfacción enorme ver que su pequeño pensaba en él con tanto cariño. Sacó enseguida lo que quedaba del huevo, que aún estaba medio entero, y lo probó cuidadosamente.
—¡Mmm, qué rico! Este huevo está buenísimo. ¿La próxima vez me traes uno, Iker?
Iker miró a su papá con carita de pena. ¿Habría tal vez una próxima vez?
No quería compart