Diego, con una sonrisa macabra, habló con tono aún más sombrío:
—¿Alguien quería hacerte daño? ¿Acaso ya lo sabías y decidiste ser el cebo?
Marina sonrió de forma tonta, mirando al techo. La luz le molestaba y decidió mirar al suelo. Diego, al ver cómo evitaba mirarlo y su actitud nerviosa, ya entendía todo perfectamente.
—Muy bien.
Marina explicó en voz baja:
—Esto es para que se relajaran y atraparla de una vez.
Diego respiró profundo y sonrió, aunque su tono seguía siendo serio.
—¿Sabes lo peligroso que es esto? Si no hubieras tenido suerte, estarías muerta. Y además, ¿por qué no me lo dijiste desde el principio?
Diego apretó la oreja de Marina con fuerza, sin soltarla.
Marina, fingiendo dolor, tapó su oreja y gritó.
Diego sabía que lo hacía a propósito, pero igual le soltó la oreja.
Marina, con una mano, le tocó la ropa y dijo:
—Perdón, no te lo dije antes porque sabía que no ibas a estar de acuerdo en que me usara de cebo. Diego, por favor, no te enojes.
Marina, con tono juguetón,