Yolanda pasó la noche viendo programas, emocionada.
Al amanecer, bostezando, abrió la puerta y entró.
Aún medio dormida, se sorprendió un poco al ver a un hombre saliendo de la cocina con una toalla alrededor de la cintura y el desayuno en las manos.
Diego apenas le dirigió una mirada antes de dirigirse a la habitación de Marina con el desayuno.
Yolanda intentó seguirlo, pero él cerró la puerta de un solo golpe y echó el cerrojo.
—No entres —ordenó con voz grave.
¿Qué estaba pasando?
Diego dejó en ese momento el desayuno en la mesa y se acercó a la cama, levantando la manta.
—Marina, despierta y come algo antes de seguir durmiendo.
Ella no se movió, se encontraba profundamente dormida.
Diego deslizó un dedo frío por su muslo, subiendo poco a poco.
Marina se estremeció y se dio la vuelta somnolienta, envolviéndose más en la manta.
—Despierta y come —repitió.
—No tengo hambre —murmuró sin abrir los ojos.
—Bien.
Diego se inclinó y comenzó a besarle con suavidad la oreja, la mejilla y