Yolanda, que había estado espiando por un largo rato tras la puerta entreabierta, esperó a que Diego se marchara, fingiendo tropezar mientras se acercaba a Marina.
—¿Estás saliendo con Diego? ¿verdad?—preguntó con picardía.
Marina, masajeándose las manos y la espalda adoloridas, respondió con cierto desgano:
—No.
Yolanda, notando cómo se frotaba el cuerpo, sonrió de manera maliciosa.
—Parece que anoche hubo mucha... acción.
—No pienses tanto —respondió Marina, llevándose la taza a la cocina.
La lavó, salió y se dispuso a dormir un poco más. Tenía una cita con Blanca por la tarde.
—Voy a dormir un poco. Hablamos luego si necesitas algo —dijo mientras le daba una suave palmada a Yolanda en la cabeza.
—Bien —bostezó Yolanda—. Yo también estoy agotada. Anoche vi demasiados programas.
Ambas cerraron las puertas de sus dormitorios.
Marina revisó atenta su celular y encontró varios mensajes de Luis, molestos por su ausencia.
Los leyó, pero no contestó. Se dejó caer pesadamente en la cama y