Un Felipe furibundo como un loco empujó la puerta forzando su entrada. David venía detrás de el intentando sujetarle, pero mi prometido fue bastante más rápido. Me cogió del cuello y me fue llevando hacía la pared más cercana sin dejar de verme. Su mirada echaba sangre y su respiración pesada llegaba hasta mi cara. Yo cerré los ojos con pesar, pues deseaba con toda mi alma que todo fuese un mal sueño del que despertaría sin falta. No fue así y me iba dando cuenta de ello cuando el intruso apoyó su frente en la mía y mi espalda tocó la pared. En el aíre se respiraba tensión y solamente se podía escuchar la manera de resoplar del hombre que invadió mi vida sin permiso. Nos quedamos así unos largos minutos, hasta que sentí su mano soltando mi cuello. En ningún momento me hizo daño. Dejó caer su mano y en su trayecto tocó mi clavícula y luego mi seno, momento en el que mordí mi labio inferior reteniendo el aíre en mis pulmones. La confusión que sentía por momentos no me dejaba pen