Aunque no estaba claro si sería despedida, lo cierto era que, cuando Delia regresara, la herencia de la familia Hernández debía dividirse, y ella al menos debía recibir la mitad.
¡Pero todo eso debería ser suyo!
Esa perra, ¿con qué derecho le quita lo que le pertenece?
Isabella la miró resignada: —¿Ahora tienes miedo?
—¿Y tú no?
—¿De qué sirve tener miedo?
En los ojos de Isabella brilló un destello de determinación, como si ya tuviera un plan: —Si obedeces, te aseguro que al final recibirás no solo lo que te corresponde, ¡sino más!
Estrella, confundida, preguntó: —¿Más?
¿De dónde podría salir más?
Isabella sonrió con confianza, un leve pliegue en su rostro revelaba su estrategia: —Pronto lo sabrás.
Estrella se sintió aliviada: —¿Todo está planeado?
—¿Y lo del sanatorio? ¿Necesitamos hacer algo?
—No es necesario.
Isabella le sirvió otra taza de café y se la entregó: —¿De verdad vale la pena enfadarte tanto por un asunto tan trivial? Si tu asistente está herida, es un problema menor, per