Dieguito alzó la cabeza con dificultad y me miró: —¿Cómo se escribe tío?
—Tío. ¿Ya lo tienes?
—¡Sí!
Al poco rato, volvió a preguntar: —¿Y casa?
—CASA.
Apenas lo dije, sonó el timbre.
Me levanté a abrir la puerta y, al ver quién era, me quedé sorprendida y emocionada: —¡Toby!
—¡Guau guau! ¡Auu!
Un Samoyedo blanco se lanzó sobre mí, frotándose con entusiasmo.
No podía estar más feliz. Miré a Enzo y le dije: —Enzo, justo estaba pensando en traer a Toby de vuelta, y tú ya me lo has traído.
—Te has acostumbrado a él. Tenerlo cerca te hará bien.
—¡Gracias!
Lo miré agradecida: —Si no fuera por ti, no me habría recuperado tan rápido.
Con una sonrisa traviesa, respondió: —¿No me invitas a pasar?
—¡Claro, pasa!
Retrocedí un poco mientras Toby, sin separarse de mí, seguía pegado, mostrando cuánto me había extrañado.
Cuando llevé a Enzo al salón, me di cuenta de que Dieguito ya no estaba en el sofá.
Lo busqué por la casa y me detuve frente al baño, donde escuché unos murmullos.
Toqué suavemente la