Me sorprendí: —¿Tan pronto? ¿Cuándo llegaste a Ciudad Porcelana?
—Esta tarde —respondió Enzo con una sonrisa.
—¿Prefieres cenar fuera o en casa? ¿Quieres que lleve algo?
—Espera un momento.
Aparté el celular y le pregunté a Dieguito en voz baja: —Cariño, ¿quieres cenar en casa o salir?
—¡Quiero comer lo que cocines!
Respondió sin pensar, pero enseguida añadió: —Eh, mejor no, no quiero salir. ¿Podemos pedir algo? ¡Dieguito invita!
Me reí y volví al celular: —Enzo, no traigas nada, solo ven tú.
Enzo asintió.
Al colgar la llamada, pellizqué las mejillas suaves de Dieguito: —¿No querías que cocinara yo? ¿Por qué cambiaste de idea?
—Mi tío me advirtió algo.
—¿Qué te dijo?
Dieguito murmuró.
—Que no te molestara. Si te cansas, ¡él va a matar a Ultraman!
—¿Matar a Ultraman?
—¡Sí!
Asintió con los ojos brillantes: —¿Podrás protegerlo?
Me quedaba sin palabras.
Estos dos niños inmaduros.
Uno decía disparates y el otro se los creía.
Ni pensaban en el trauma que podían causarle al niño.
Dieguito, al