Raymond llegó del trabajo con el cansancio reflejado en el rostro. Dejó las llaves sobre la mesa y, mientras se desabotonaba el saco, subió las escaleras con paso tranquilo, aunque en el fondo lo movía una ligera inquietud. Al abrir la puerta de la habitación, se encontró con Ámbar, quien lo recibió.
—Me contó mi tío que la audiencia se suspendió —resaltó Raymond después de saludarla brevemente.
Ámbar primero levantó la vista, y luego bajó la mirada con un suspiro que parecía arrastrar todo la presión del día.
—Sí… y fue mi culpa —admitió, apretando los dedos sobre la tela del vestido—. Me dejé llevar por las provocaciones de Vidal.
Raymond frunció el ceño y dio unos pasos hacia ella.
—¿Qué fue lo que te dijo? —preguntó.
Ámbar negó suavemente con la cabeza, intentando mantener la serenidad.
—No vale la pena hablar sobre eso —respondió con cansancio—. Si lo recuerdo, me pondré muy nerviosa otra vez. Solo quiero olvidarlo.
—Está bien —replicó él—. Pero si te insultó o intentó ofenderte,