Al ver que Vidal besaba a Ámbar, Raymond sintió una punzada intensa en el pecho, seguida de un nudo sofocante en el estómago. La escena lo perturbó profundamente.
Durante unos segundos, no supo cómo reaccionar, paralizado entre el impulso de intervenir y la duda que lo atravesó al no comprender completamente lo que estaba ocurriendo. Su mente, que trabajaba a toda velocidad, se preguntaba una y otra vez si Ámbar realmente deseaba ese beso, si lo había permitido, sin en realidad no necesitaba que él se interpusiera.
Sin embargo, todo cambió en el instante en que la vio girar el rostro, apartándose del beso de Vidal.
—¡Suéltame, Vidal! ¡Suéltame! —exclamó. Fue entonces cuando, al desviar la mirada, Ámbar lo vio a él, de pie en la puerta—. ¡Raymond, ayúdame, por favor!
En ese momento, cualquier rastro se duda se disipó. Raymond dio dos pasos rápidos hacia la camilla, sujetó a Vidal del saco del traje con una fuerza brutal y lo apartó de un tirón, lanzándolo hacia el otro lado de la habit