La expresión de Ámbar cambió por completo. Su cuerpo se contrajo instintivamente sobre la cama, como si intentara alejarse de una presencia que no esperaba ver allí. La mirada que dirigió hacia Vidal fue de pura desaprobación, teñida de rechazo.

—Vidal… ¿qué estás haciendo aquí? —articuló, incorporándose para quedar sentada.

Él levantó una mano, llevándose un dedo a los labios en un gesto que pedía silencio.

—Shhh —susurró, mientras cerraba la puerta con cuidado—. Ámbar, no estoy aquí para discutir.

—Sea cual sea la razón por la que hayas venido, no puedes estar aquí.

Vidal comenzó a avanzar lentamente hacia la camilla.

—Solo quería saber cómo estabas. El imbécil de Raymond no me lo permitió, y no he podido dormir en toda la noche. Estaba demasiado ansioso. Necesitaba saber cómo te encuentras tú y cómo está el bebé.

Ámbar exhaló con fastidio.

—Estamos bien, pero ese no es asunto tuyo. Ya te he dejado en claro que este bebé no es tuyo.

—No quiero que discutamos, Ámbar. Así que, por fav