C38: Solo tienes que volver a ser mi mujer.
Vidal parecía fuera de sí. No razonaba, no escuchaba, no entendía. Su mirada estaba en Ámbar, pero aun así se veía perdida perdida, pues la explicación que ella le daba no lograra atravesar la barrera de negación en la que se había encerrado. Seguía repitiendo lo mismo, una y otra vez, dejándose llevar por sus celos y su locura.
—Pero no te acostaste con él, ¿cierto? —le decía una y otra vez, sin pausa—. No lo hiciste, ¿verdad? Lo sé, Ámbar. Lo sé, puedo verlo en tus ojos, en tu rostro. No lo has hecho. No lo hiciste.
—Ya basta, Vidal, por Dios —impuso ella, casi suplicando—. Deja de meterte en mis asuntos. Ya no tenemos nada que ver, no hay absolutamente nada que te una a mí, así que déjame en paz. Deja de seguirme, de acosarme, de atormentarme. Ya no puedo más contigo.
Pero Vidal no parecía prestarle atención.
—Ámbar, escúchame —añadió él—. Solo mantente así, ¿de acuerdo? Mantente así. No te acuestes con él, no lo hagas. Y pídele el divorcio, ¿entiendes? Pídele el divorcio y ya está