C37: No puedes prohibirme nada.

Vidal tenía los ojos enrojecidos y un cristal húmedo los cubría, como si estuviera conteniendo las lágrimas. Ámbar lo observaba sin poder creer lo que veía, nunca antes había visto a Vidal así, tan descompuesto. Había pasado años viendo en él a un hombre orgulloso, dueño y seguro de sí mismo y de todo lo que lo rodeaba. Pero ahora lo tenía frente a ella invadido por una desesperación que desbordaba toda su compostura.

Era extraño, casi perturbador, verlo tan devastado, tan dolido por lo que ella estaba diciendo. Y, aun así, Ámbar no podía creerle. No podía aceptar que Vidal realmente la siguiera amando. No después de todo. No después de lo que él le había hecho. En su mente, estaba convencida de que esa supuesta tristeza era solo otra de sus estrategias, otro intento de manipularla, de hacerla sentir culpable.

Vidal dio un paso hacia ella y la tomó los brazos con ambas manos, pero esta vez no hubo dureza en su acción, solo una súplica desesperada, una necesidad casi infantil de aferra
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