Atendieron a Alaska en el área de emergencias con la premura que la situación exigía, mientras Vidal permanecía afuera, aguardando en la sala de espera con una inquietud que se le adhería al pecho. No se sentó ni un segundo; se mantuvo de pie, con las manos entrelazadas y los pensamientos dispersos, repasando una y otra vez lo ocurrido.
Recordó el forcejeo, las súplicas, los gritos, el temblor de Alaska, la desesperación que la había despojado de todo orgullo, y el momento en que ella se había desplomado. La escena volvía a él de manera fragmentada, como ecos desordenados que se superponían en su mente.
Reflexionó sobre la brutalidad de la discusión y se preguntó cuántos límites habían sido traspasados en cuestión de minutos. El silencio del hospital lo rodeaba, pero dentro de él persistía el estruendo de lo vivido.
Finalmente, la puerta del área de emergencias se abrió y un médico salió con el expediente en mano. Vidal reaccionó de inmediato, avanzando hacia él con rapidez.
—Doctor,