C112: Piensa en nuestro hijo.
Vidal vaciló por unos instantes antes de acercarse a la camilla. La distancia entre ambos se redujo en un par de pasos silenciosos, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó las manos de Alaska, más por obligación que por gusto.
—Tranquila —pronunció—. Estoy aquí.
Aquellas palabras, simples y carentes de verdadera calidez, bastaron sin embargo para quebrar por completo la frágil compostura de Alaska. Ella levantó el rostro hacia él con una expresión desolada, casi infantil, como si al verlo renaciera toda la angustia acumulada durante las últimas horas.
Sus ojos se humedecieron con rapidez y, en cuestión de segundos, las lágrimas comenzaron a derramarse descontroladamente por sus mejillas. Un sollozo se le escapó de la garganta antes de que pudiera contenerlo.
—Vidal… por favor… perdóname… —susurró entre jadeos entrecortados—. Lo siento… de verdad… perdóname…
La súplica se volvió un murmullo tembloroso cuando Alaska se inclinó hacia él, aferrándose a su cintura con los brazos déb