~Capitulo 4~
Desperté con un ligero dolor de cabeza y una sensación de inquietud que parecía haberse apoderado de cada rincón de mi ser. Abrí los ojos en un lugar que no reconocía; las paredes eran de un tono azul rey, combinado con dorado, y el olor a café recién hecho se colaba tímidamente por la puerta entreabierta.
Instintivamente, mi mano se llevó al anillo que lucía ahora en mi dedo anular, un símbolo de una locura que no podía comprender del todo.
¿Que significa este anillo? ¡Claro que no iba a casarme!
Recordaba lo ocurrido la noche anterior, cómo había firmado sin pensar, asumiendo que se trataba de una forma de sellar un contrato de negocios. Era mi primer gran paso en el mundo corporativo, y estaba acostumbrada a vivir a un ritmo frenético, siempre persiguiendo mis sueños. Pero esto era diferente.
Me vestí apresuradamente, aún sintiéndome como en un mal sueño. La mañana se tornaba cada vez más pesada, y decidí que lo mejor sería escapar, así que me dirigí hacia la puerta, cuyo umbral significaría libertad. Sin embargo, cuando llegué allí, un ruido detrás de mí hizo que me detuviera en seco.
—Hola, Lany —dijo una voz profunda y suave.
Me giré bruscamente. Un hombre que no había notado antes, yacia en un rincón; erguido, silencioso, imponente. Su sombra emergió de las sombras de la habitación contigua. Estuve a punto de llamarlo Mikhail, pero cuando la luz tenue de las lámparas iluminaron su estadía, quedé casi muda al verlo.
Era un tipo tan alto que tuve que retroceder un par de pasos para mirarlo a la cara sin mucho conflicto, temblé de forma imperceptible por la corazonada de saber su nombre.
—Dimitri —lo llamé, atinando a su nombre. Una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro serio, sus ojos tomaron un brillo de interés.
Se acercó un par de pasos.
—No sé si es porque mi nombre suene bien con el acento italiano —empieza a decir, acercándose más, manteniendo una distancia prudente pero intrusiva —, o quizá solo suene bien con tu voz.
—¿Si agrego un "idiota" al final seguirá sonandote bien? —me atreví a agregar, manteniendo el contacto visual con él.
Me sorprendió verle mejor ese par de ojos que estuvieron escudriñando mi cara mientras dormía: eran grises, tan hermosos que, parecían nubes tormentosas que prometían hacerte pasar un mal sueño. Sus ojos eran tan expresivos que podría sentarme a conocerlo con solo mirarlo. Lamí mis labios apartando la vista.
Siento que no es la primera vez que atrevieso esa tormenta, que ya he pasado por esos ojos más veces que esta, una sensación de familiaridad me inquietó; a tal punto que ahora era mi turno de acercarme, invadiendo su espacio personal. Dimitri no le pareció molestarle, pero si se mantuvo sorprendido.
—Tu cara me suena —admito sin vergüenza —. Siento que te he visto un par de veces.
—¿Que has dicho? —preguntó con un gesto genuino de total confusión, era una locura pensar que parece herido por esas palabras, como si le hubiera escupido fuego en la cara —. ¿Solo te suena? ¿Acaso no recuerdas qué...?
Se calló, apartando la vista de mi.
—¿Qué? —lo reté con cinismo —. ¿Que no recuerdo qué? —alcé más la voz llamando su atención —. ¡Y el simple hecho de sentir que te conozco me irrita! No creo recordar conocer a una persona tan bastarda como tú en el pasado.
—Lany, escúchame, sé que todo esto suena descabellado, pero lo hago por tu...
—¿Por qué lo haces? ¿eh? —volví a retarlo, sintiendo como mi interior se centraba en la rabia genuina, de un momento a otro arranqué el anillo de mi dedo y se lo mostré —. Escúchame bien, no tienes ningún jodido derecho sobre mí ni de mi cuerpo, podrás ractarme y someterme, pero jamás ¡Escúchame! ¡Jamás tendrás mi voluntad, ni el derecho de que te quiera algún día!
Lancé el anillo a su cara, apto seguido que él esquivó evitando el golpe. Dimitri quedó sin habla, simplemente observandome, apenas arrugó las cejas pensando en algo ajeno a mí.
—Lany, estás muy fuera de tus casillas para mantener una conversación.
Al escuchar su voz pronunciando aquel nombre, sentí como todo se removía en mi interior; un dolor familiar nació desde mi garganta hasta mi mandíbula, anunciando el llanto.
—No me llames así —le corté, sintiendo cómo la rabia comenzaba a burbujear dentro de mí. Nadie, ni él ni nadie, tenía derecho a usar el apodo que mis padres me dieron. Esa parte de mi vida, esa niña que solía ser, estaba muerta.
—Tienes razón, Elaine. Tal vez no debería llamarte así. Por su puesto que no soy como ellos —dijo, refiriéndose a mis padres. Su tono era calmado y casi comprensivo, lo que me incomodaba aún más.
—Guarda silencio —le advertí —. Mis padres no son como tú.
—¿Ah, sí? —dijo, tosco, desafiante —¿Cómo soy yo según tú?
Apenas volver a escucharlo salté a golpearlo con irritación, Dimitri como esperando esta reacción me sostuvo de las muñecas. Pensé que solo quería mantenerme quieta, pero luego me llevó a rastra a la cama. Me empujó hacia ella, caí de espaldas y él se cernió sobre mí, mis muñecas aún manipuladas por él, las llevó encima de mi cabeza. Manteniendome quieta y vulnerable.
Su cara permanecía serena e impenetrable de cualquier sentimiento.
—¿Qué quieres de mí? —grité, sintiéndome estúpida por dejar que su serenidad me afectara. Lo que necesitaba era respuestas, no ese aire despreocupado que él proyectaba. —No tengo tiempo para tus juegos. Necesito salir de aquí.
Él se quedó en silencio, dándome la oportunidad de desahogarme. En su mirada no vi burla, sino una confusión genuina. Era desconcertante. A medida que la tensión crecía entre nosotros, la ira comenzaba a convertirse en algo más. Frustración, tal vez, o incluso un atisbo de miedo.
—No puedes simplemente huir —replicó finalmente—. Este matrimonio no es solo un capricho, Elaine. Firmaste un contrato con consecuencias que nunca imaginaste.
—Engañaste a mis padres con un contrato de otro idioma, hiciste que ellos me hicieran firmar algo que no acordaron —lo acusé con seguridad, sin dejar que su aura o sus palabras me afecten de nuevo. No necesito esta sensación de vulnerabilidad.
—De que tú no lo sepas no me sorprende, pero ellos por supuesto que sí lo sabían.
—Claro que no —negué, forcejeando el agarre sin éxito —. Nosotros estábamos en una situación de quiebra y tú lo sabías, tomaste ventaja de todo ésto. —cerré los ojos un momento, yo no había pensado en este punto, y el hecho de que él quisiera tomar ventaja de esto me... lastimaba —. Vete al diablo, carajo.
»¡Y suéltame! —gemí sintiendo que su fuerza sobrepasaba mis límites de soporte.
—No estoy aquí para jugar contigo —respondió, su tono bruscamente serio—. Solo quiero hablar. Acepto que la situación es absurda, pero estoy dispuesto a encontrar una solución juntos.
Sus palabras resonaron en mi mente como un eco, amplificando la realidad de mi decisión impulsiva. Sentí que la sangre me subía a la cabeza, caliente y desesperada.
—Suéltame —pedí de nuevo, con voz apagada —, aléjate, por favor.
Tenía los ojos cerrados, pero cuando sentí que sus manos abandonaron mis muñecas dejando un rastro caliente donde fue su agarre, abrí los ojos de nuevo topandome que se estaba levantando pero sus ojos grises seguían observandome.
—Estás fuera de tus casillas —vuelve a repetir, dejándome enfurecida —. Mañana hablaremos mejor, o el día que seas capaz de mantener una conversación conmigo sin poner tus sentimientos de por medio.
»Hay cosas en las que no estás enterada y eso me hace querer protegerte a toda costa —lo último lo dice en un susurro, observando sus manos —, pero no quiero protegerte mientras tú me odias y siempre estás a la defensiva. Esto no me gusta, lo odio.
Se alejó dejándome acostada, mis manos seguían sobre mi cabeza, dónde él las dejó.
—Hasta mañana, señora Sergeev.
Y salió del cuarto a pasos silenciosos.
Sus palabras descaradas me atravesó el pecho como un puñal de hierro caliente, parecía ser una realidad absurda y fuera de lugar, esto no tiene que ser real.
Esa noche no dormí, el llanto estuvo a punto de ahogarme y arrastrarme al abismo de la miseria, dejándome sin fuerzas para enfrentar mi nueva vida, a la que nunca pedí y tengo que vivirla.
No solo esta noche fueron de lamentos, la siguiente también lo fué, y la que sigue, y la que sigue después de esa... Porque esto solo es el comienzo de mi cautiverio.