El sol que se filtraba por las cortinas me despertó con una calidez suave en el rostro. Me sentía extrañamente renovada, como si la tormenta de la noche anterior hubiera limpiado algo dentro de mí. Al moverme, noté el hueco vacío a mi lado y una punzada de anhelo me recorrió, pero no era el vacío helado de la desconfianza, sino más bien la ausencia física de alguien a quien, a pesar de todo, aún amaba.
Me levanté con una ligereza que no sentía en días y me di una ducha larga y caliente. El agua corriendo por mi piel se llevó los últimos vestigios de tensión, dejando en su lugar una sensación de calma y una extraña certeza de que, aunque el camino por delante fuera incierto, no estaba sola.
Me vestí con uno de sus suéteres grandes y suaves, sintiendo su aroma familiar reconfortarme.
Bajé las escaleras con una tranquilidad que me sorprendió. Al llegar a la cocina, lo encontré de pie junto a la ventana, con dos tazas de café en las manos.
Se giró al escuchar mis pasos y una suave