Amar, dicen. Una palabra tan sencilla, tan manoseada, que ha perdido su filo, su peso verdadero. Nos llenamos la boca con ella, la gritamos al viento, la grabamos en corazones superficiales. Pero, ¿quién sabe realmente lo que significa desentrañar la madeja compleja de un alma y encontrar allí la fibra que vibra en sintonía con la tuya?
No es la posesión voraz de la intimidad, ese breve incendio de la piel que nos hace creer, por un instante fugaz, que hemos conquistado la esencia del otro.
El cuerpo es un mapa efímero, un territorio de placeres pasajeros que no cartografía la profundidad del ser.
Tampoco son las palabras melifluas, los "te amo" lanzados al aire como conjuros vacíos, esperando que la repetición constante conjure una magia que no reside en la lengua, sino en las entrañas.
El amor no es un mantra, sino una melodía silenciosa que se teje en el día a día, en la comprensión tácita, en la mirada que lo dice todo cuando las palabras fallan.
Amar de verdad es despojarse