Amar... esa palabra que el mundo recita con tanta ligereza, como una melodía pegadiza sin comprender su partitura.
Creen que es un baile de cuerpos, un intercambio de promesas al viento, una posesión egoísta disfrazada de entrega. ¡Qué necios son! ¿Qué pueden saber del amor aquellos que no han caminado descalzos sobre el filo de la traición, aquellos que no han sentido el alma desgarrarse en el silencio de la duda? El amor verdadero no se encuentra en los jardines floridos de la perfección, sino en el yermo desolado de la imperfección compartida. Es la paradoja sublime de sentirse absolutamente solo en medio de una multitud y, al instante siguiente, hallarlo todo en la mirada de un solo ser. Es la danza silenciosa de dos almas que se reconocen en la oscuridad, dos astros errantes que encuentran su órbita en la cercanía del otro. No es la monogamia impuesta por la moral o la costumbre, sino la elección visceral, la certeza inquebrantable de que en este universo vasto e infinito, solo una alma resuena con la frecuencia exacta de la tuya. Es la renuncia gozosa a explorar otros mapas cuando ya has descubierto el tesoro escondido en un solo corazón. Detrás de esa palabra, "amor", no hay fuegos artificiales ni castillos en el aire. Hay una lucha constante, una batalla silenciosa contra los propios demonios y contra los fantasmas del pasado. Es la voluntad férrea de elegir al otro cada mañana, incluso cuando el sol se levanta teñido de gris por las heridas sin cicatrizar. Es la aceptación tácita de que ambos somos incompletos, dos mitades buscando un todo que nunca será perfecto, pero que en su fragilidad compartida encuentra una belleza única. Es la comprensión profunda de que la posesión asfixia, mientras que la libertad abrazada fortalece el vínculo. He visto el miedo en los ojos de Evelyn, la sombra de la duda danzando en su mirada. Y sé que mi pasado ha sembrado un terreno árido donde la confianza se resiste a florecer. Pero también he sentido la calidez de su mano en la mía, la silenciosa promesa de que, a pesar de todo, está dispuesta a intentarlo. Y en ese intento reside la esencia del amor verdadero, no la ausencia de tormentas, sino la certeza de tener un refugio donde capear el temporal juntos. No la perfección inalcanzable, sino la belleza imperfecta de dos almas que eligen entrelazar sus destinos, sabiendo que el camino será arduo, pero que la recompensa de caminarlo juntos lo hace infinitamente valioso. Amar es, en última instancia, la fe obstinada en el potencial del otro, la visión clara de la persona que puede llegar a ser, incluso cuando las sombras amenazan con oscurecer su luz. Es la paciencia infinita del que espera el florecer de una semilla plantada con esperanza, regándola con honestidad y nutriéndola con un afecto que trasciende las palabras y se arraiga en lo más profundo del ser. Es la monogamia del alma, la certeza de haber encontrado en un solo universo personal la totalidad de lo que siempre se anheló.