Un nudo apretaba mi garganta mientras observaba la espalda de Evelyn.
Cada centímetro que la alejaba de mí se sentía como una punzada en el pecho. Su silencio era ensordecedor, mucho más elocuente que cualquier grito o reproche. Sabía que le había causado un dolor inmenso, un dolor que se extendía mucho más allá de la simple decepción. Había destrozado la base misma de nuestra relación, la confianza que tanto le había costado entregar.
Verla tan vulnerable, tan herida, me destrozaba por dentro. Cada lágrima silenciosa que brillaba en sus ojos al girarse era un recordatorio punzante de mi traición.
La pregunta sobre Lena era como un puñal, recordándome que mis mentiras habían afectado a más personas, que la red de engaños se había extendido más de lo que jamás había querido admitir.
Sentía el peso de la culpa aplastándome. No había excusas para lo que había hecho, ninguna justificación que pudiera borrar el dolor en sus ojos. Solo podía ofrecerle la verdad, por oscura y dolorosa