La cercanía de Evelyn era un bálsamo para mi alma herida. El roce de sus labios contra los míos, aunque breve, había encendido una chispa de esperanza en la oscuridad que nos envolvía. La abracé con suavidad, atrayéndola hacia mí hasta que su cuerpo se acopló al mío. Sentir su calor, su fragilidad, despertó en mí una oleada de ternura protectora.
—Quédate conmigo, Evelyn —susurré contra su cabello, aspirando su aroma suave y familiar—. Permíteme amarte de verdad, sin sombras ni secretos.
Ella se aferró a mi camisa, su agarre temblaba ligeramente. No respondió con palabras, pero el silencio entre nosotros ya no se sentía tan frío. Había una conexión palpable, un hilo tenue pero resistente que aún nos unía a pesar de todo el dolor.
Lentamente, levanté su rostro entre mis manos, mis pulgares acariciando suavemente sus mejillas húmedas. La miré a los ojos, buscando en su profundidad alguna señal de que el amor que una vez compartimos aún existía, aunque estuviera oculto bajo capas de d