Leila no sabe cómo llegó a casa esa noche, todo lo que puede sentir es dolor. Espantoso y letal, en cada parte de su cuerpo, en cada parte de su organismo.
No es solo la forma en que Antonio la ridiculizó, humilló y rechazó lo que le duele, sino el dolor del rechazo unilateral, algo que no puede explicar.
Siente como si un enjambre de abejas estuviera atacando su corazón, como si la estuvieran picando constantemente, le duele la cabeza, como si estuvieran utilizando un mazo para intentar abrirle el cráneo.
Cuando llega a casa, su familia aún no ha vuelto, quiere vincular mentalmente a su madre pero no puede, ni siquiera puede sentir a su lobo, el dolor es tan brutal que parece haber enviado a su lobo a hibernar.
Tiene los ojos de un rojo intenso, desorbitados y fatigados, lo que le causa aún más dolor, como si se le fueran a caer en cualquier momento. Se desnuda y se estremece cada vez que su dedo roza su piel porque le quema, cada roce es como si la pincharan con una aguja de plat