"¿Cuánto tiempo ha estado así?", pregunta Amanda en tono preocupado, revisando los signos vitales de Amara.
La niña está blanca, pálida e inmóvil y tiene fiebre, su temperatura es alta y su ritmo cardíaco lento.
Amanda mira a Leila, que mira a su hija con perpetua tristeza, mordiéndose los dedos, los ojos enrojecidos e hinchados, con bolsas oscuras bajo unos ojos privados de sueño, el miedo oscilando de un lado a otro en su corazón, la preocupación apoderándose de su mente, no puede dormir, no puede pensar con claridad, no puede hacer nada.
Solo siente angustia y dolor. Debería ser ella la que estuviera tumbada en la cama, Amara debería estar sana y salva, estaría encantada de cambiar de lugar.
Aparta la mirada y empieza a llorar de nuevo. No sabe qué está pasando, nadie parece saber qué le pasa a su hija, tres hospitales y cuatro especialistas en pediatría y nadie puede averiguar qué le pasa.
Hace cuatro días, Amara estaba sana y salva. Regresó del parque con Tatum y no paraba de