“Así que soy la fénix, ¿qué has hecho, Carmela? ¿Cómo puedes ser tan egoísta?”, murmuró Leila débilmente con sorpresa mientras se quedaba sin aliento y estaba cubierta de sangre.
Apenas podía mantener los ojos abiertos mientras su corazón latía lentamente. Cada movimiento le dolía profundamente. Carmela le robó su destino, la convirtió en su enemiga y ahora se estaba deshaciendo de ella.
¿Acaso así de verdad iba a terminar su historia?
La sangre se mezcló con las lágrimas que caían de sus ojos. Hizo una mueca al intentar moverse, pero sus músculos estaban rígidos; apenas podía sentir algo más que el inmenso dolor en su pecho.
“¿Por qué Carmela? La manada está por encima de cualquiera de nosotros, por encima de cualquiera de nuestros deseos…”.
Por un instante, Leila perdió la hostilidad y la ira que sentía hacia Carmela y era como si solo quisiera que Carmela viera el mal que le había hecho, no a ella, sino a la manada.
A pesar de cómo todos la habían descuidado y tratado con desp