ELAINE
Me presenté en la granja de Duncan a la mañana siguiente como si fuera solo otra visita casual. Aunque, para ser justos, no fue una sorpresa para todos.
Steph lo sabía, y su reacción cuando vio la expresión de Duncan lo dijo todo. Estalló en una carcajada sonora y sin filtros que resonó por todo el corral como una alegre rebelión.
Duncan, por otro lado, parecía querer lanzarme un rastrillo. Su mandíbula se tensó, cruzó los brazos y sus ojos me fulminaron como si yo fuera una mala hierba ahogando sus cultivos.
Una mirada afilada de él bastó para que Steph saliera corriendo a buscar algo que hacer. Cobarde. Me había dicho que me ayudaría, no que me lanzaría bajo el autobús.
—¿Por qué... estás... aquí? —dijo secamente.
—Relájate —respondí, pasando junto a él como si perteneciera a ese lugar—. No estoy aquí por ti. Vine a ver a mi amiga.
Murmuró algo entre dientes. Probablemente una maldición. Me giré y sonreí dulcemente.
—Además, gracias por sacarme de la comisaría el otro día. Nun