EL GUARDIÁN DE SU CORAZÓN
TRAVIS
La habitación estaba en silencio. Solo había una mesa, dos sillas y un reloj cuyo tictac parecía más fuerte de lo necesario. Permanecí sentado, esperando, con las manos apretadas sobre la fría superficie frente a mí.
Me repetía a mí mismo que debía mantener la calma, pero no lo estaba consiguiendo. La corbata me asfixiaba, así que tiré del cuello de la camisa, sin embargo, no sirvió de nada. Nada lo haría, no hasta verlo a él.
La puerta se abrió con un chirrido y apareció Sebastián, esposado. Esa sonrisa arrogante tan familiar se extendía por su rostro.
Entró como si fuera un rey, en lugar del maldito enfermo que realmente era, examinando la habitación con una expresión aburrida y despectiva, como si esto solo fuera una pequeña molestia. No parecía arrepentido en lo más mínimo.
Lo única satisfacción que me dio verlo, fue el vendaje que llevaba alrededor de su oreja herida y el profundo corte en medio de su frente, que seguramente dejaría cicatriz si no