SOPHIE
Tenía mi noche planeada.
Celeste y yo saldríamos del trabajo juntas por primera vez. No, no iríamos a casa. Haríamos una parada en uno de esos restaurantes elegantes donde dos platos costaban la mitad de nuestros sueldos.
Yo invitaría la cena, pero no terminaría ahí. Llevaríamos la diversión a casa; karaoke toda la noche con suficiente alcohol para mantenernos despiertas. La resaca del día siguiente probablemente casi nos mataría, pero valdría la pena, porque no solo sería fin de semana, sino también la celebración del gran día que había tenido.
Todos y cada uno de esos planes se habían ido por el desagüe.
En lugar de salir del trabajo con Celeste, estaba merodeando por el estacionamiento de la compañía como una acosadora. En vez de comer algo elegante, masticaba con furia una barra de proteínas que había estado en mi bolso durante Dios sabe cuánto tiempo.
El único karaoke allí eran los bocinazos ocasionales y el chirrido de los neumáticos mientras los coches salían del estacion