León
La noche había caído con un manto pesado sobre la ciudad, y la oscuridad parecía envolver cada calle, cada esquina, como un susurro silente que me invitaba a perderme en sus sombras. Las luces de los faroles parpadeaban, como si incluso ellas dudaran de su propia fuerza para iluminar, y yo caminaba entre esa penumbra con las manos en los bolsillos, sintiendo el frío calarme hasta los huesos.
Ese día había sido uno de los más intensos desde que todo comenzó a desmoronarse entre nosotros. Ethan se había sentado frente al espejo y había susurrado que estaba listo, que quería saberlo todo, sin importar lo que viniera después. Sus palabras retumbaban en mi mente, una y otra vez, como una campana que marcaba el inicio de algo inevitable.
Quise responderle de inmediato, pero me detuve. Porque una parte de mí temía que al contarle, al poner en palabras las sombras que me perseguían, también lo estaría condenando a vivir con ellas. Ethan era luz, incluso en sus momentos de oscuridad, y y