capitulo 6

La Marca del Espejo

El silencio dentro de la iglesia abandonada era tan denso que se podía escuchar el latido de nuestros corazones. La figura en el espejo nos observaba con sus ojos negros y vacíos, y aunque sabía que no podía salir de inmediato, sentía que podía tocarnos con la mirada.

—No mires —le dije a Ana, girando su rostro hacia mí.

Pero ella ya lo había visto. Vi en sus ojos ese brillo extraño, como un reflejo de aquella cosa que nos seguía. Ana temblaba, respirando con dificultad.

—No puedo... sacarlo de mi cabeza, Ethan —dijo, apretándose las sienes con ambas manos—. Su voz... sigue repitiendo mi nombre.

“Anabel”.

Yo también la escuchaba en susurros en las sombras, como un eco pegajoso.

Me arrodillé frente a ella, colocando mis manos sobre sus rodillas para que me mirara.

—No eres Anabel. Eres Ana, ¿me entiendes? No importa quién hayas sido antes, no eres eso.

Ana levantó la vista, con lágrimas contenidas en sus ojos.

—¿Y si no puedo detenerlo?

—Entonces lo detendremos juntos.

El crujido del cristal volvió a escucharse, y la figura se desvaneció del espejo agrietado, dejando una mancha negra en el vidrio.

Ana cerró los ojos, y por un momento, solo escuchamos nuestra respiración.

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Pasamos la noche en la iglesia, turnándonos para mantenernos despiertos. Yo me senté apoyado en la pared, con un hierro oxidado en las manos por si algo aparecía. Ana durmió un poco, con la cabeza sobre mis piernas, mientras la luz de la luna se colaba por las grietas de la madera.

Me di cuenta de que había algo en su muñeca.

Un símbolo, como una pequeña marca oscura, había aparecido cerca de su pulso. Era una espiral con una línea que la atravesaba, y parecía hecha de tinta negra, pero era su piel.

—¿Qué es esto, Ana?

Ella abrió los ojos, somnolienta, y miró su muñeca. Su expresión cambió al instante, palideciendo.

—Es... el mismo símbolo que vi en mis sueños —dijo, con la voz temblorosa.

Me miró con pánico.

—Ethan... no quiero convertirme en ella.

—No vas a hacerlo.

Apreté su mano, sintiendo su pulso rápido.

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Por la mañana, revisamos la iglesia buscando algo que pudiera ayudarnos. Encontramos un viejo armario con papeles húmedos, libros de oraciones rotos y entre ellos, un cuaderno cubierto de polvo.

Lo abrí con cuidado.

Las páginas estaban llenas de letras pequeñas y temblorosas. Había dibujos de espejos con símbolos grabados alrededor, y palabras en latín.

“Speculum Maledictus”.

Ana se acercó y tocó una de las páginas.

—Ese espejo... es como el que aparecía en mis sueños.

Pasé las páginas hasta que encontré una frase subrayada con tinta roja:

> “El reflejo toma forma cuando la sangre reconoce su pasado.”

Miré a Ana.

—Tu sangre... esa marca en tu muñeca. Ana, este espejo está conectado contigo.

Ella retrocedió, sacudiendo la cabeza.

—No. No quiero ser parte de esto.

—Ana, escúchame. Si esto está conectado contigo, también eres la clave para detenerlo.

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Un sonido nos sobresaltó.

Un golpe seco contra el cristal del altar.

El espejo agrietado vibró, y de pronto, un brazo pálido salió de la grieta. Los dedos largos se apoyaron en el marco de piedra, arrastrando un líquido negro.

La figura salió a medias, su rostro cubierto por una sombra, pero con una sonrisa torcida visible.

Ana gritó.

Me interpuse entre ella y la figura, levantando el hierro oxidado. La figura alzó la cabeza y me miró con esos ojos negros, inclinando la cabeza, como un cuervo que estudia a su presa.

“Anabel”, murmuró con una voz que sonó como un eco.

Ana tembló detrás de mí, sujetando mi camiseta.

—No me llames así... —susurró ella.

La figura avanzó, y la superficie del espejo empezó a arrastrarse como agua, extendiendo una mano hacia Ana.

Me lancé con el hierro, golpeando la mano. Un chillido agudo llenó el lugar, y la figura se retrajo al espejo, dejando grietas más profundas en el cristal.

El espejo vibró, pero la figura no salió de nuevo.

Ana se dejó caer de rodillas, con las manos cubriendo su rostro, mientras sollozaba.

Me arrodillé frente a ella, sosteniendo su rostro con cuidado.

—Ana, mírame.

Sus ojos se encontraron con los míos, llenos de lágrimas.

—No puedo seguir, Ethan... no puedo...

—Sí puedes —le aseguré, con el pulso martillando en mis oídos—. Yo estoy aquí. No te voy a dejar sola.

Por un instante, nos quedamos en silencio, respirando rápido, sintiendo el miedo y la adrenalina correr entre nosotros.

Ana se inclinó hacia mí, rozando mis labios con los suyos. Fue un beso tembloroso, cargado de miedo y necesidad, como si intentara aferrarse a algo real en medio de la oscuridad.

Cuando se separó, dejó su frente pegada a la mía.

—Gracias... por no dejarme.

La abracé con fuerza.

—Siempre.

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Pero mientras la sostenía, sentí que algo me observaba. Giré la cabeza, mirando el espejo roto.

Por un segundo, vi nuestro reflejo.

Y detrás de nosotros, la figura oscura sonreía con sus ojos negros, señalando la marca en la muñeca de Ana.

Una grieta nueva cruzó el cristal, marcando una línea sobre nuestros reflejos.

Supe en ese instante que esto no había terminado.

El espejo nos quería.

Y no se detendría hasta recuperar a Anabel.

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