El sonido metálico de la compuerta resonó en todo el búnker cuando se abrió lentamente. Serena dio un paso al frente, con la respiración agitada pero el corazón encendido de esperanza. Tras ella, una docena de hombres ingresaron uno a uno, cargando mochilas desgastadas, armas ocultas y miradas que hablaban de años en la sombra.
Dante permanecía a un costado, observando cada detalle. Había aprendido a desconfiar de todos, pero al ver cómo esos hombres saludaban a Serena con respeto y casi devoción, supo que la lealtad no se compraba ni se fingía.
—Aquí estarán seguros —anunció Serena, alzando la voz para que todos la escucharan—. Este lugar fue construido para resistir ataques, para darnos tiempo y espacio.
Uno de los hombres, de contextura ancha y mirada dura, se adelantó.
—Con todo respeto, muchacha, no confiamos en lugares cerrados. Hemos pasado años moviéndonos como sombras. Encerrarnos otra vez… no será fácil.
Serena sostuvo su mirada.
—Entiendo lo que dices. Yo misma estuve encer