El golpe en la puerta fue brutal, como si alguien hubiese embestido con todo su peso. El marco crujió, y la cerradura se sacudió con violencia.
Alexander se giró lentamente hacia el vecino, su “espía”, y le hizo un leve gesto con la cabeza.
—No lo dejes entrar.
El hombre asintió y se plantó frente a la entrada como una muralla humana, mientras Valeria contenía la respiración, con la esperanza latiéndole en las venas.
—¡Valeria! —la voz de Gabriel volvió a retumbar, más desesperada—. ¡Resiste, ya voy por ti!
Alexander soltó una risa baja, venenosa.
—Mira eso, tu pintor de feria jugando al héroe. ¿De verdad piensas que puede protegerte de mí? Él no tiene la fuerza para enfrentarse a todo lo que yo soy.
Valeria tragó saliva, sin apartar la mirada de la puerta. Su corazón clamaba por abrirla, por correr hacia Gabriel, aunque sabía que eso solo empeoraría la tormenta.
—Prefiero su debilidad —murmuró con un hilo de voz—, antes que tu obsesión.
El comentario fue como una chispa en un barril