La mansión Ferrer había pasado de ser un lugar de alegría y celebración a un escenario de completo caos. El aire parecía más denso, como si una nube invisible de incertidumbre y miedo se hubiera instalado entre sus muros. Todos estaban tensos, atrapados en un silencio perturbador que solo era interrumpido por los pasos acelerados de Carlos Ferrer, que caminaba de un lado a otro en el salón principal con el ceño fruncido y los puños apretados.
Isabella, aún aturdida por el desmayo que había sufrido tras escuchar el grito desgarrador de Camila a través del altavoz del teléfono, sollozaba en el sofá con el rostro entre las manos. Emma le sostenía una mano temblorosa, sin saber cómo consolarla. Oscar se encontraba junto a la chimenea, con el teléfono móvil pegado al oído, hablando con un oficial de la policía que le prometía enviar una patrulla de inmediato.
Andrés no podía quedarse quieto. Su corazón latía con tanta fuerza que sentía que iba a estallarle el pecho. Caminaba de un lado a o